El Lobo Gris Mexicano (Canis lupus baileyi) es
quizá el más claro ejemplo de la extinción virtual de una especie silvestre en
su medio ambiente natural, como resultado de la destrucción masiva que en su
momento, impuso el estigma social y la contraposición de intereses económicos
con los mecanismos para su preservación.
El lobo mexicano,
subespecie del lobo gris, se distribuyó históricamente desde el sur del hoy
territorio de los Estados Unidos de América -esto es, los estados de Arizona,
Nuevo México y Texas- hasta la cuenca de México. Su distribución histórica en
México es conocida en los estados de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Durango,
Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, el Bajío y la meseta central,
llegando incluso hasta Oaxaca; esto es, entre las dos grandes cadenas de
montañas llamadas Sierras Madre Oriental y Occidental, respectivamente, y hasta
poco más al sur que el Eje Neovolcánico.
Sin embargo, a medida
que las poblaciones humanas se expandieron como resultado de los procesos de
apertura de tierras para cultivos y actividades ganaderas, las poblaciones de
lobos comenzaron a disminuir.
En México los
programas intensivos de erradicación comenzaron a ponerse en práctica
principalmente en los estados de Chihuahua y Sonora y más tarde en Durango y
Zacatecas. Estos programas de control fueron muy exitosos, al grado de que en
1977 fue necesario que México, Estados Unidos y Canadá integraran un comité
para lograr reproducir en cautiverio a esta especie, con el fin de contribuir a
la recuperación de las poblaciones silvestres de estos hermosos cánidos.
La visión de largo
alcance del Proyecto de reintroducción tiene por objetivo final lograr la
reintroducción de grupos familiares de lobos mexicanos en varios bosques del
país, que constituyan el núcleo de poblaciones silvestres viables y sanas para
lograr la permanencia a largo plazo de la subespecie en territorio mexicano.
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